miércoles, 17 de abril de 2013

Destino

 
   Para algunos es algo que ya está marcado desde el nacimiento, pero que curiosamente no sabemos cómo es, qué es o cuándo va a ser.  ¿Cómo puede el destino estar definido si todos los días tomamos nuestras propias decisiones de formas distintas? ¿Qué fuerza tan poderosa puede forzarnos y llevarnos por un camino predeterminado sin que nos demos cuenta? ¿No somos libres acaso de hacer nuestras elecciones? Pensar en un destino definido nos convierte en títeres de las historias de alguien más. Nos roba toda posibilidad de autonomía, de poder. Nos libera de ciertas culpas también. Incluso, a veces es conveniente creer en un futuro prefijado, solo tendríamos que sentarnos en un sillón a esperar a que las cosas pasen, me pasen, nos pasen.
   Sin embargo se puede pensar que hay un destino para armar, para construir, para transformar. Un destino para jugar, para equivocarse y volver a intentar. Un destino que no nos presenta una única puerta abierta ante nuestros ojos, sino un destino que nos pone adelante tantas puertas como las que nosotros busquemos y que abramos todas las que nosotros queramos y dejemos cerradas tantas otras si queremos. Un destino donde las elecciones y las historias sean propias. Un destino del que yo sea la única culpable. Pero que ese destino también nos enseñe a esperar por las cosas que no vinieron todavía y que nos enseñe a confiar en que van a llegar. Y un destino que sepa hacernos entender que a veces nuestras decisiones son minúsculas y que las decisiones de los demás tienen mucho poder.
   Si sos de los que creen que el camino se construye andando, corré siempre atrás de lo que te haga feliz. Y pensás que todo en realidad ya está escrito, no perdés nada buscando las cosas que te signifiquen felicidad, si al final de todo el recorrido lo lográs, es porque quizás estaba destinado que así sea.

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